Hace mucho tiempo ya que me propuse sentarme a escribir acerca del Yoga tal y como lo conozco y he de reconocer que se ha convertido siempre en un ejercicio bastante descorazonador. Lo que en el papel aparecía no tenía nada que ver con lo que vivía en la práctica. Toneladas de teoría absolutamente ajenas al sentir. Seguramente esa es la clave. La teoría interrumpe el lenguaje silencioso del “sentir”.
La teoría es como el mar fotografiado; quien conoce el mar solo por fotografías no lo conoce. No conoce su movimiento, su sonido hipnótico, el olor del salitre. Dicen que el mar todo lo cura. No a través de una fotografía. Así que los practicantes de Yoga principiantes interesados en saber “qué es el Yoga”, no encontraréis aquí ni una sola palabra teórica.
Imaginad una habitación, amplia, cerrada a cal y canto. Tal vez lleva años sin abrirse y airearse. Puede que ya no recuerde ni el color de las paredes ni el brillo de la tarima. En ocasiones en esa estancia se lleva viviendo un duelo largo tiempo. Tal vez es una habitación fría, como frío es el miedo a la agresión, al abandono, al rechazo. A través de las herramientas que el Yoga nos brinda, lentamente, vamos abriendo las ventanas de esa estancia. Con suavidad para no deslumbrarnos , la luz penetra en la habitación y la hace clara a nuestros ojos. A los ojos de la percepción.

El aire enrarecido se va disipando y finalmente podemos habitar este espacio nuevo arrebatado a la oscuridad. Por lo general, en este lugar “encendido” uno es consciente de cuales son los objetos con los que se lleva golpeando en la oscuridad durante años (en lo tangible: movimientos funcionales incorrectos, rutinas de movimiento lesivas; y en lo no tangible: fobias, filias, patrones de conducta esclavizadores) El problema se presenta cuando aparece el cliché de lo que creemos que debe ser el Yoga, y en nuestra gran batidora interna hacemos un popurrí de todo lo que hemos leído, nos han contado o hemos memorizado como yóguico: fuertes estiramientos y esfuerzo yóguico por “recuperar la salud perdida” nos alejan de esa estancia habitable para convertir todas estas herramientas milenarias en un montón de peso en la mochila sobre nuestros hombros. Mochila en la que guardamos lo que recibimos en la insultante, centelleante y ruidosa rueda del hacer-más-para-obtener-más.
Así pues el Yoga podría ser un arte. El arte de abrir espacio, sin exigencia, de habitar plenamente el lugar en el que nos encontramos interiormente; físicamente, mentalmente, espiritualmente hablando. Por amor al arte. Sin pretender nada a cambio.
Ya no hay frío.