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Experiencias que dejan huella… y abren caminos.

  • Foto del escritor: Gabriel Martinez Mayobre
    Gabriel Martinez Mayobre
  • hace 12 minutos
  • 4 Min. de lectura



Este sábado tuvimos la suerte de recibir en el centro a Apeksha Bhagwat, en un encuentro que (más allá de su forma concreta alrededor de la práctica) se sintió como una invitación a afinar la escucha, a habitar el cuerpo con más presencia, a dejarnos tocar por la vida sin necesidad de entenderlo todo.


El taller comenzó con una pequeña charla introductoria que no buscaba ofrecer respuestas cerradas, sino abrir el horizonte y ofrecer un contexto para la práctica. Apeksha, con la naturalidad que la caracteriza, nos llevó de la mano hacia un modo de comprender la práctica, no desde el esfuerzo por mejorar, corregir o llegar a algún sitio sino como un espacio para permitir que algo se revele por sí mismo. De una manera muy fresca hizo hincapié en aquello de "ya has llegado" y de cómo constantemente estamos buscando fuera.

Desde la mirada del shivaismo cachemir —que no separa lo sagrado de lo cotidiano, ni lo espiritual de lo corporal— nos habló de cómo el presente no necesita ser alcanzado,porque está aquí. Y de cómo, sin darnos cuenta, pasamos buena parte de nuestra energía buscando fuera: fuera de esta respiración, fuera de este instante, fuera de este cuerpo tal como es ahora.

Sus palabras no fueron teóricas ni filosóficas en un sentido abstracto. Al contrario: fueron frescas, directas, casi como un recordatorio. “es estar de vuelta en uno mismo”, decía con sencillez, y al hacerlo, algo en el ambiente se asentaba. No se trataba de entenderlo con la mente, sino de dejar que calara, que se filtrara lentamente empapandonos.

Esa breve charla fue la semilla de lo que vendría después. Una invitación a mirar de otro modo. A no empujar. A no huir. A dejar que la práctica sea una forma de volver, no de perseguir.




Y lo que vino después fue una secuencia sencilla en su estructura, pero rica en matices. Nada grandilocuente, nada que forzara al cuerpo ni a la mente a salir de su cauce. La propuesta era clara: abrir espacio. Espacio en el cuerpo, sí, pero también en la atención. Una posibilidad constante de entrar en relación con lo que estaba ocurriendo, instante a instante.

La práctica se articuló alrededor de movimientos de expansión, equilibrio y extensiones. Pero más allá de los nombres o las formas, lo que se respiraba era un perfume de escucha continuo. Apeksha guiaba con suavidad, con pocas palabras, pero con una presencia firme que llenaba la sala y nos devolvía, una y otra vez, al ahora.


La fluidez fue uno de los aspectos más notables: los gestos se sucedían sin brusquedad, como si el cuerpo supiera, desde un lugar profundo, cómo moverse. No había tensión ni corrección, solo un dejarse hacer. Y en ese dejarse, lo esencial se hacía presente casi sin buscarlo.

Todo en la práctica parecía prolongar y encarnar lo dicho en la charla inicial. No se trataba de hacer yoga, sino de permitir que el yoga (como experiencia) se desplegara.

Fue una práctica coherente, honesta, profundamente alineada con esa visión del tantrismo no como una técnica, sino como una sensibilidad. Un modo de estar.





Quienes asistieron saben que algo de esa experiencia se queda vibrando, como un eco que acompaña más allá de la sala. No es algo que pueda señalarse con claridad, pero sí sentirse: en la respiración al despertar, en la manera de caminar.... Como si el cuerpo, de algún modo, hubiese comprendido algo para lo que la mente aún no tiene palabras.

Las palabras de Apeksha, su manera de manejar el hilo —sin imponerse, sin invadir, solo estando con total presencia— fueron parte de ese tejido sutil. El silencio compartido se volvió palpable. Y los cuerpos, moviéndose sin pretensión, sin necesidad de “hacerlo bien”, parecían por momentos flotar en una misma cadencia invisible.

Fue una atmósfera que cuesta traducir, porque no se define por lo que se hizo, sino por lo que se sintió. Y sin embargo, muchos reconocimos ahí algo profundamente liberador.

Quizá eso sea lo más valioso de encuentros así: que nos recuerdan que no hay nada que fabricar, ni nada que alcanzar. Solo estar. Y desde ahí, todo empieza a cambiar.



Algo de lo vivido el sábado con Apeksha sigue latiendo en quienes estuvimos allí. Y quizá, también, en quienes no pudieron estar, pero sienten que hay algo en camino que les llama.


No sabemos repetir lo irrepetible, pero sí seguir cultivando esta presencia que este tipo de encuentros nos recuerdan. . En el Centro, seguimos abriendo espacios donde esta sensibilidad, esta manera de estar, pueda seguir explorándose. A veces con nuevas voces, a veces en el silencio compartido, siempre desde la misma raíz.

Gracias a todas las personas que dieron forma a este momento con su presencia. Gracias a Mayte por su trabajo de traducción, gracias a los que al día siguiente habeis mandado esos mensajes de agradecimiento y fascinación que nos llegan al corazón.


Gracias al Indian Council for Cultural Relation y a la Embajada de la India por ofrecernos su ayuda. Y gracias, Apeksha, por tu manera de acompañar: con hondura, con ligereza, con verdad.


Nos seguimos viendo en la esterilla… o quizás, más allá de ella.

 
 
 

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