El aire estaba impregnado de una quietud sagrada, mientras la sala se llenaba de amigos, buscando unirse en una celebración más allá del tiempo. El homenaje a José Luis Martínez y los 50 años del Centro Cántabro De Yoga era el motivo, pero el verdadero homenaje se hallaba en la resonancia del espíritu que allí se reunía. Cada mirada, cada respiración, reflejaba en el auténtico homenaje, sin palabras, con el corazón.
La embajada de la India, con Apeksha, como representante, digna y respetuosa, aportó un matiz de profunda gratitud, simbolizando, el lazo inquebrantable entre dos mundos unidos por el mismo corazón espiritual. La presencia de Apeksha fue un eco lejano del Ganges, cerrando así un círculo que Jose Luis anhelaba.
En medio de esta atmósfera, el maestro J. A. Offroy condujo la ceremonia con una serenidad que no era, sino un reflejo del propio José Luis Martínez, cuyo legado resonaba en cada rincón de la sala, de su sala. La voz de Offroy era la voz del compañero de viaje, recordándonos que el verdadero maestro nos enseña desde el púlpito, sino desde la humildad del compartir.
Cada gesto, cada palabra, eran una ofrenda a esos 50 años de dedicación al yoga, un viaje no de cuerpos, sino de almas en busca de silencio. En la intuición, una vez más, de que la sala de yoga no es simplemente un lugar, sino un estado, un templo, la llave que abre la puerta de vuelta al hogar.
La celebración se extendió más allá de la duración del evento, la sala tan llena, que no cabía ni un alfiler, y en el corazón de cada participante, un recordatorio eterno, de que la verdadera práctica del yoga no tiene fin, es un viaje continuo.
Así, en la ceremonia, no solo se honró a Jose Luis y su obra, sino también a cada ser que encontró en el Yoga un camino de regreso asimismo
Hola, siempre estaré agradecida de las enseñanzas recibidas y de esos momentos que compartí con vosotros en este homenaje, que fueron maravillosos y muy emotivos. Siempre estarán en mi corazón y en mi pensamiento. Abrazos, Amadora.