Así es este lugar (aunque sea difícil explicarlo). Una historia viva desde 1974

Desde hace más de 50 años, en una calle de Santander, hay una puerta que no hace ruido al abrirse, aunque los más veteranos recuerdan aún el sonido de las viejas escaleras de la calle Cisneros. No hay música, no hay modas, no hay instrucciones urgentes. Solo un espacio lleno de silencio, donde las personas se sientan sobre un suelo de madera, respiran, escuchan… y se dejan empapar por el Yoga.

El Centro Cántabro de Yoga abrió sus puertas en 1974 y, desde entonces, no ha dejado de ofrecer sin interrupciones la enseñanza del yoga.

Esa continuidad es rara, incluso en España. Lo que ha sostenido esta presencia no ha sido una estrategia ni un afán de crecimiento, sino algo más difícil de explicar; en India lo llaman Dharma. "La meta es el camino".

La fidelidad no a un método, no a una estética, sino a algo mucho más invisible: al momento tal como es. Al cuerpo tal como está. Al Yoga tal como se revela cuando uno deja de exigir.

En este espacio no se busca el rendimiento físico a través del entrenamiento ni se persigue la perfección postural fuera, porque está dentro. No hay exigencia ni promesa de mejora.

Nuestra práctica nace del silencio, donde el cuerpo, la respiración y la atención no se separan.

Quien llega a este centro suele hacerlo buscando algo más que una clase. A veces no sabe qué. A veces simplemente sabe que no quiere ruido, ni velocidad, ni dogma. Y entonces se queda.

Porque, aunque muchos vengan a “hacer yoga”, lo que sucede aquí (si uno no interfiere) es que el Yoga empieza a desplegarse dentro.

El centro no se adapta a las modas ni a las tendencias, y quizá por eso toca tan hondo a quien lo encuentra. Nuestra propuesta nace de una mirada inspirada por el shivaismo de Cachemira, donde el instante es la única práctica, y la atención el único método.

No importa si vienes buscando moverte o simplemente respirar: aquí el yoga empieza donde estás, tal como estás.

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