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"Deja que la vida fluya" de Ramesh Balsekar

  • Foto del escritor: Gabriel Martinez Mayobre
    Gabriel Martinez Mayobre
  • 30 oct
  • 3 Min. de lectura
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El pasado mes de octubre dedicamos una de nuestras meditaciones a Ramesh Balsekar, un maestro que, sin imponer técnicas ni dogmas, invita a mirar la vida tal como es, sin esfuerzo. A raíz de esa práctica nació la idea de comenzar a recomendar lecturas relacionadas con las meditaciones que compartimos en el centro, para que cada encuentro pueda extenderse más allá del espacio y del tiempo de la práctica, resonando en casa, en silencio, con la compañía de un libro.


La primera de estas recomendaciones no podía ser otra que Deja que la vida fluya. En este texto, Balsekar, discípulo directo de Nisargadatta Maharaj, recoge la esencia del Advaita Vedānta con un lenguaje sencillo, cotidiano y profundamente desarmante. La idea central es que la vida sucede por sí misma, sin un hacedor individual que la controle.

Todo lo que ocurre, tanto lo que llamamos bueno como lo que consideramos malo, forma parte del mismo movimiento impersonal de la conciencia. El sufrimiento humano aparece cuando surge la identificación con un “yo” que se cree autor de sus acciones y responsable de los resultados. En el instante en que esa ilusión se disuelve, lo que queda es una comprensión serena: las cosas simplemente son como son, y la vida continúa fluyendo. Balsekar no propone un método ni una práctica, sino una observación: la mente humana reacciona al presente con respuestas viejas, basadas en el recuerdo y el condicionamiento. Mientras actúa desde ese pasado, se mantiene atrapada en la creencia de que puede cambiar, corregir o dirigir el curso de la existencia. Pero cuando la mente deja de resistirse y se aquieta, cuando ya no busca soluciones ni se aferra a conceptos, se abre a una percepción directa en la que la vida se revela tal cual es, sin necesidad de interpretación. En ese estado de calma surge una acción espontánea, libre de esfuerzo, sin dureza. Es lo que el Ramesh llama “vivir dejando que la vida fluya”.


Aceptar que no somos los autores de nuestros actos no significa resignación o pasividad, sino alinearse con la comprensión de que la energía universal actúa a través de cada ser. El sabio, dice Balsekar, sigue haciendo lo que la situación le pide, pero sin apropiarse de la acción ni reclamar su resultado. El ego dice “yo he hecho”, mientras que nuestra "profundidad" reconoce que la acción simplemente ocurrió. Cuando esa comprensión madura, desaparece la culpa por el pasado y la ansiedad por el futuro, y lo único que queda es la presencia del momento.


Balsekar insiste en que no hay nada que alcanzar porque no hay nadie separado que pueda alcanzar algo. El despertar no es un logro sino una comprensión: la comprensión de que todo lo que ocurre, incluso la búsqueda espiritual, es parte del paisaje de la vida. En esa aceptación radical surge una paz silenciosa, un descanso en lo que es. La vida continúa con sus altibajos, pero ya no hay lucha, ya no hay resistencia. Sólo queda la sensación profunda de que todo está bien tal como está. Quizá por eso este libro acompaña tan bien la meditación que le dedicamos: porque ambas, la lectura y la práctica, nos invitan a descansar en lo que ya es, a dejar de intervenir en el misterio de la existencia y permitir que, simplemente, la vida fluya.

 
 
 

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