La luz inevitble.
- Gabriel Martinez Mayobre
- hace 17 horas
- 2 Min. de lectura

Hay momentos del año en los que el recogimiento se vuelve más evidente, una especie de claridad tímida, como si la propia vida hablara más bajo. Diciembre tiene ese efecto: no empuja, no exige… solo deja entrever. En la práctica, esto aparece de maneras muy simples: al inclinarse hacia delante y encontrar un "límite" que siempre es distinto, al permanecer unos segundos en silencio, al descubrir que una exhalación se alarga sin que nadie la dirija. Lo que ocurre en esos instantes no es progreso ni logro; es simplemente lo que se muestra cuando dejamos de interrumpir, cuando la postura deja de ser una tarea y vuelve a ser un lugar que nos llama.
A veces creemos que necesitamos más técnicas, más disciplina o más forma, pero el cuerpo (cuando no lo raptamos) tiene una inteligencia que no se equivoca. Se ajusta, se abre, duda, se tensa, se suelta… y cada movimiento es verdadero, incluso cuando es torpe o impreciso. La mente llega después, intentando ordenar la experiencia: estoy avanzando, estoy estancado, como si la práctica tuviera una dirección fija. Pero la práctica no avanza: se expande. No acumula nada, deja caer lo que pesa.
En estos días sucede algo parecido fuera de la esterilla. A finales de diciembre, casi sin que se note, la luz comienza a vencer a la oscuridad. No es un triunfo, es un retorno sencillo, una fracción de claridad que empieza a crecer. La tradición india nunca entendió esto como un simple dato astronómico, sino como un movimiento interior: "jyoti" (la luz) no como opuesto de la sombra, sino como la capacidad de ver, de reconocer lo que siempre estuvo ahí. Que la luz regrese no significa que la oscuridad desaparezca, sino que se vuelve más fácil sostener lo que antes no mirábamos. Exactamente como al finalizar una sesión: que el movimieto vuelva no quiere decir que la quietud tenga que evaporarse. La quietud sigue ahi porque siempre ha estado ahi (aunque en ocasiones muy en segundo plano)
Tal vez estos días puedas practicar envuelto en la sencillez: entrar, respirar y ver qué hay. Sin pretender nada especial. Y si aparece incomodidad, cansancio o falta de ganas, recibirlo con la misma suavidad. A veces eso es todo lo que hace falta. A veces basta con dejarse hacer, como quien se apoya suavemente en algo mucho más amplio que nos abraza con delicadeza.
Entonces la práctica deja de ser un camino que se recorre y se convierte en el paisaje del camino. No hay que sostenerlo ni explicarlo: simplemente está.
Que diciembre te ofrezca el clima donde la respiración se cuela por todas las rendijas. Como la luz en estos días: discreta, paciente, inevitable.




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